jueves, 21 de diciembre de 2017

Cuarzo: Cuarzo // Ancestro: El Gran Altar

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 13 de diciembre del 2017.)

No falta ya mucho para que el maledetto verano llegue a estropearlo todo -así que, con este par, es ahora o nunca...

En Latinoamérica, la hora del meta-stoner lleva sonando al menos unos tres años. Suena tan bien hasta ahora, que resulta imposible determinar cuándo llegará a su fin. Lo que corresponde es, entonces, seguir disfrutando de los muchos frutos que la cosecha viene sometiendo a nuestro paladar -una cosecha en la que participamos todos los países de la región, dicho sea de paso.

Abril de este muriente año fue testigo del epónimo debut de Cuarzo. Este tripartito ensamble limeño -Renato Salmón (batería), Koko Cavani (guitarra y voz), Ademir Agurto (bajo y voz)-, que bucea las hoy sobrepobladas aguas del stoner rock; tiene, como ocurre con los chilenos Vago Sagrado, una constante a flote sobre las muchas aguas que surca su música: la psicodelia, otra vez. Lejos de calcarle, el grupo no hace de ésta un elemento que avasalle a los demás, sino uno que les adhiera y centrifugue.

Son ocho episodios de negra sinestesia, dispuestos/trackeados de tal forma que produzcan la sensación de un conceptual tour de force sin hallarse formalmente entrelazados. Cuarzo es instrumental casi al 100% -sólo “Humo Rojo” y “Valhalla” tienen vocalizaciones, que por lo demás prescinden de la palabra-. Sus pesados riffs, abrumados de reverb y distorsión, son los verdaderos fundamentos del debut; prestos a matizar con oscuridades diversas el monocorde output sonoro consustancial a propuestas de similar talante, y a lidiar con todo resabio de phaser y flanger que su filiación psicodélica invoque.

El esférico deviene así en un sismo de grado 11 según la escala de Mercalli. Verdad que ecos del Pink Floyd de Waters y del Black Sabbath de mediados de los 70s alternan, en dosis precisas (“Duna Inhóspita”, “Sintiendo El Éter”), con generosos ramalazos propios del subgénero “sludge” (“Energúmeno”, la genialmente bautizada “Absenta Negra”). Con todo, es este último, entre atmosférico y hardcore; el vencedor en Cuarzo. Un primer jab que hace pensar entusiasta en muchas peleas por delante para el bisoño pero brioso terceto.


En cuanto a Ancestro, el otro acto protagonista de esta reseña doble, baste recordar que su debut El Regreso De Los Brujos le mereció ser considerado revelación y puntal del ejercicio 2016. De ahí cierta sorpresa en que no haya tardado mucho en publicar nuevo trabajo, máxime si ha habido cambios en la alineación del trío -Víctor García ocupa ahora el puesto de baterista, al lado de Boris Baltodano (bajo) y Diego Cartulin (guitarra, percusión y teclados).

El Gran Altar es, comparativamente, un disco más tranquilo que el anterior. Basta con darle play para corroborarlo. “Ícaro”, el volátil número de apertura, a duras penas se escucha -decisión tomada por la banda para que el contraste con “Mareación” se atice. Single de adelanto publicado semanas antes de la aparición de EGA, “Mareación” marca la pauta para lo nuevo de Ancestro. Hay no pocos momentos de quietud física en este opus, segmentos que predisponen a la escucha estática del mismo. Lo interesante es que los trujillanos lo logran recurriendo a la densidad, utilizándola para atravesar el metamórfico continuum de psicodelia/stoner/doom (que luce bastante domesticado)/space/metal abrazado por la terna desde el inicio de operaciones.

El riff de Ancestro ahora es más desértico que convulso, pero sigue siendo el principio básico de su arquitectura sónica. Esto no quita que, cuando lo desean, los norteños suenen a muerte y destrucción. En varios pasajes de temas como “Agua Muerta”, “Gallinazos” y la fenomenal “Aguijón”; se conjura tal cantidad de energía tanática, que poco te falta para ver al Ai Apaec cuchillo en mano, cobrándose en persona el sangriento tributo de sus víctimas.

Y si “Mareación” es la pieza en la que se refleja la dirección que por ahora ha tenido a bien tomar Ancestro, es “Purga/El Gran Altar” la que mejor resume todas las virtudes del disco. El track es un summum de instrumentación implosiva, ritualismo heavy, sapidez altamente intoxicante, carga surreal-ácida y feeling jammero. A propósito de esto último, algunos comentarios especializados han criticado que El Gran Altar carezca de la agitada inmediatez de su antecesor, así como que haya salido “demasiado pronto” (septiembre del año en curso). Esto, que a primera vista parece un contrasentido, no es en realidad tal cosa: las composiciones pueden soportar un largo proceso de maduración, y al momento de ser registradas estar embebidas de urgencia expresiva. Yo, por supuesto, no concuerdo con ese dictamen.

En lo que sí concuerdo con el consenso es que el método de improvisación seleccionado para este EGA remite a Samsara Blues Experiment, y sobre todo a Earthless -la impronta del power trio californiano se entrevé prácticamente en cada minuto del disco.


Hákim de Merv

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